lunes, 10 de noviembre de 2014

Me voy de cuento

El personaje de esta historia realmente no aportó absolutamente nada a la sociedad, al contrario, era ventajero, semi analfabeto, borracho, burrero, y yo que se que más.  Dije ERA porque me enteré que se murió hace un tiempo.
Pero a pesar de todos los defectos, tal vez mas improductivos que los normales, tenía por supuesto su lado que vale la pena recordar.

Anécdotas que contar. . .

Es lo lindo de la gente, cada uno es un mundo particular, sin dudas, por mas que no nos caiga del todo bien, se puede rescatar algo siempre, aunque, reconozco también que he prejuzgado sin éxito a mucha gente, que después resultó ser fantástica, o al revés. . .

El asunto es que el tipo hacía feria o periferia, mejor dicho en la jerga, ya que se valía de un par de caballetes y un tablón, o a veces ni eso, porque los vendía; y se ubicaba en zonas donde los feriantes "legales" no estaban instalados.
  Pero su rubro principal fue la fruta y verdura recién traída del mercado.
Vendía por "montoncitos" pre armados y la vecina cuando preguntaba el precio por quilo, el "comerciante" le decía, "tanto". . .
Entonces la contraparte compradora, siempre atenta al posible regateo le retrucaba, ¿pero como "tanto", cuanto pesa "ésto"?  Y ahí se consumaba la duda con una respuesta capaz de hacer tambalear a cualquier corredor de bolsa que se precie de tal:
 -No, doña, ¿cómo a cuánto está el quilo?  Le vendo el lote completo como lo tiene a la vista, ¿no ve que no tengo balanza?
Lo que seguía era el poder de seducción aplicado a la doña el que terminaba de cerrar el negocio.
Sublime. . .

Pero no solo vendía frutas y verduras, también hacía la zafra del día del niño o reyes, con sendos juguetes adquridos como aquella vez: a consignación.
Cierto vendedor mayorista tuvo una arriesgada maniobra al dar, pidiendo muy pocas garantías, mercadería a consignación.  Y el hombre no dudó. . .  Fue y se trajo un matute que perfectamente podía confundirse con una importación a gran escala.

Así le fue al "mayorista". . .

Una vez andaba con bastante tiempo para tomarme el ómnibus y aproveché a caminar unas cuantas cuadras hasta determinada parada.  En eso me lo encuentro.  Notoriamente alcoholizado.
-Ah, como te va, le digo, con pocas ganas.
-Bien acá, pelado como un huevo, me voy pa' mi casa, en ómnibus.
Alguien que lea ésto podría decirme: "che, le hubieses dado la plata para el boleto"
De paso le contesto que me dejó algún "pincho" en el kiosco que preferí hacerlo sopesar en esa ocasión.
Entonces, yo no le di pelota, pero obviamente pensé, como se iba sin plata para el boleto. . .
Recuerdo que era otoño, porque lo veo juntando abundante cantidad de hojas secas.
-¿Qué hacés?, le pregunto incrédulo
-Me voy de cuento, hermano. . .
-¿De cuento?
-Claro, me voy de cuento,
Y se tomó el bondi sin decir más.
Yo supuse que "irse de cuento" debería ser algo así como una improvisación histriónica ambulante concerniente, en ese caso, al otoño o algo así.

Nunca lo pude saber, pero que tuvo rostro, lo tuvo, era su mayor capacidad de sobrevivencia.