jueves, 17 de octubre de 2013

Las aspirinas

Me acordé de una vez que fue una señora bastante mayor a comprar dos unidades de aspirinas.
Hace mucho tiempo...

Aclaro que en ese momento era principiante en mi cargo de vendedor, y para que se tenga en cuenta, actualmente vendría a ser un grado 5.
Todo un catedrático, humildemente dicho, obviamente.
Y no tuve una carrera meteórica, todo lo contrario. Perdí innumerable cantidad de exámenes.  Incluso los que tenía "comprado" a los "profesores", pero eso es harina de otro costal.
Resumiendo: hace mucho tiempo de verdad.

La venta de las benditas aspirinas venía normal.  A no ser por un detalle que en el momento no di bola.  Me hice el tonto.
-Buen día, jóven, dos aspirinas, por favor.  
-Como no... 
Y ahí recibo las "instrucciones":
-...pero que se vea en el "envoltorio" que dice "aspirina", porque son para una persona mayor que si no ve la marca, va a desconfiar...
 Me hago el que no escuché las indicaciones de la clienta, porque pensé que lo que me dijo, no me lo dijo.  Escuché mal, pensé.  Es producto de mi imaginación, sin dudas.  Estoy mal de la cabeza, casi seguro.
Entonces, haciendo caso omiso, cazo la tijera y aplico un corte certero al blíster de la droga en cuestión, para así depositar suavemente en las manos de la septuagenaria clienta las dos unidades del ácido acetilsalicílico.
-Sírvase, señora.
-¿Cuánto le debo, mijo?
-Tanto...
-Bueno, acá tiene, gracias, hasta luego...
-Ta luego, vecina... 

Paga y al poquito rato viene con alguien, que creo que era su marido a despotricar muy enojados, porque en los dos centímetros cuadrados de blíster, no estaba estampada la palabra Aspirina.
Yo, ni lerdo ni perezozo y bastante sorete, reconozco, debido a mi inexperiencia, mi poco conocimiento de marketing, y producto del fastidio que me produjo las condiciones en que debía venderle los comprimidos, negué el cambio del producto.
¡¡¡Pa' qué!!!
Se armó un tole-tole, que ya no había tiempo de arrepentirse.
Yo, estoico, frente a los ancianos indefensos, me hice fuerte y me atrincheré atrás del mostrador, recibiendo epítetos y agravios que debido a la diferencia de edades, aguanté el chaparrón y por ende, logré neutralizar.
No hubo cambio.
Se fueron muy calientes, derrotados...
¿Cómo demostraban ante quien los mandó a comprar, que habían fracasado?
¿Qué se podía hacer para justificar tamaña impotencia para negociar?
La verdad que no se, pero juré no contrariar nunca más un pedido similar.

Al tiempo, esos ancianos volvieron al kiosco y como si nada.
Me saludaron muy amablemente.
Ahí, recién me cerró el círculo.  La cabecita no estaba bien.
Igual, desde ese día, más que nunca, los clientes pasaron a tener toda la razón.